Todos los domingos, en el boletín ‘Política para supervivientes’, algunas de las historias de política nacional que han ocurrido en la semana con las dosis mínimas de autoplagio. Y otros asuntos más de importancia discutible.
Que vienen los rusos y otras historias de la nueva Guerra Fría
En plena Guerra Fría (1966), los norteamericanos fueron a los cines a reírse de la Guerra Fría. 'Que vienen los rusos' era una comedia satírica sobre la historia de un submarino ruso que encalla por accidente en la costa de Massachusetts y provoca el pánico en el pueblo más cercano. Inevitablemente, los militares rusos son tan torpes como los habitantes, lo que da lugar a todo tipo de situaciones absurdas. Recibió cuatro nominaciones a los Oscar, incluida la de mejor película. Pero si queremos sumergirnos en lo peor de la locura que supuso esa época, o podía haber supuesto, no hay nada mejor que ver 'Teléfono rojo, volamos hacia Moscú' (Dr. Strangelove), de Stanley Kubrick. “¡Señores, no pueden pelearse aquí! Esto es la Sala de Guerra”, dice el presidente que encarna Peter Sellers.
Cualquiera diría que hemos vuelto a esos tiempos. ¡Vuelven los rusos! Ya no son comunistas, pero continúan siendo peligrosos. Hay que estar preparados. Es necesario aumentar los gastos militares de forma exponencial. Incluso una comisaria europea nos advierte de que debemos tener a mano una navaja suiza. Ya no sólo debemos estar alerta, no sea que nos ocupen la casa cuando salimos a comprar el pan. Ahora hay que ir pertrechados ante el posible final de la civilización. El hombre es un lobo para el hombre. La mujer, menos, pero para eso está la navaja.
No se puede retrasar el reloj. No podemos pensar que la situación es la misma que antes de 2022, cuando Rusia invadió Ucrania. Tampoco podemos pretender que nada ha cambiado desde que Donald Trump regresó a la Casa Blanca. En política internacional, otros toman decisiones por ti, te guste o no. Las burbujas, reales o no, pueden pincharse desde fuera y dejar expuestos a los que estaban dentro tan tranquilos. Se requieren nuevas soluciones y medidas que antes no tenían mucho sentido. Lo que ocurre es que no conviene dejarse llevar por el pánico. Si te dicen que tengas preparada una navaja, algunos pensarán: ¿y por qué no una pistola? ¿Alguien está vigilando la costa por si aparece un submarino?
Quizá sea exagerado afirmar que vivimos en un clima prebélico, pero no será porque algunos políticos no lo intentan. Los hay, como la jefa de la política exterior de la UE, Kaja Kallas, que casi dan por hecho que Rusia estará en condiciones de atacar a un país de la OTAN en 2030. Lo que es indudable es que la amenaza no es la misma que antes de 2022 y que por tanto Europa debe asumir responsabilidades de defensa que antes estaban en un segundo plano. Antes de la invasión, las encuestas mostraban el rechazo de suecos y finlandeses a la entrada en la OTAN. Los números cambiaron por completo después hasta llegar a un apoyo superior al 60%.
Otro factor innegable es que EEUU es ahora un adversario de la Unión Europea. No es ya que el Gobierno de Trump piense que los europeos son unos gorrones que disfrutan de una gran prosperidad gracias a la generosidad norteamericana. Se ha embarcado en una guerra económica contra Europa con los aranceles como arma. Existe además una incompatibilidad ideológica. Como quedó claro en el discurso del vicepresidente JD Vance en Múnich, su Gobierno desprecia los valores políticos que rigen en Europa y cree que el continente se encamina a “un colapso como civilización”. Es el mensaje de la extrema derecha, el de Abascal, Le Pen y Orbán. No hay semana en que Washington no demuestre con declaraciones y hechos que ya no es aliada de Europa.
EEUU no respeta tampoco a su vecino del norte. El primer ministro de Canadá, Mark Carney, lo ha reconocido en un discurso este jueves: “La antigua relación que teníamos con Estados Unidos, basada en la integración creciente de nuestras economías y en una estrecha cooperación militar y de seguridad, ha terminado”. Y si lo saben en Canadá, cuya economía está totalmente ligada a la estadounidense, hay que suponer lo que debería decir un gobernante europeo.
En Europa, los que no tiemblan cuando escriben un discurso sobre las relaciones de Europa y EEUU tampoco dudan. “Está claro que la relación transatlántica, tal y como era, ha terminado”, dijo al NYT Nathalie Tocci, directora de un 'think tank' italiano. “En el mejor de los casos, es un desprecio indiferente. En el peor, y estamos más cerca de eso, existe un intento activo de socavar a Europa”.
Un político atlantista como el futuro canciller alemán, el conservador Friedrich Merz, sabe que Europa ya no puede contar con EEUU e incluso debe “independizarse” de ese país. “No pensaba que iba a decir algo como esto, pero, después de las declaraciones de Trump, está claro que los norteamericanos, o al menos el Gobierno norteamericano, se muestran indiferentes ante el destino de Europa”.
Ursula von der Leyen ha aprovechado esta nueva situación para convertir a la Comisión Europea en el motor de la futura maquinaria militar europea. Las cifras que se manejan son astronómicas: 800.000 millones de euros hasta 2030. Desde Bruselas, Irene Castro explica las repercusiones de este objetivo. En el caso de España, la cantidad estaría en torno a 24.000 millones anuales, muchísimo más que los 10.000 millones que Pedro Sánchez dice que ha aumentado el gasto militar en nuestro país en cada uno de los últimos años. Hablamos de un nivel de rearme que es dudoso de que la opinión pública española pueda aceptar.
A esto se unen las noticias de las últimas semanas. De forma un tanto temeraria, Macron está hablando de una fuerza militar europea que se despliegue en Ucrania después de que tengan éxito las negociaciones de paz que promueve Trump. De esas conversaciones entre EEUU y Rusia que acaban de comenzar, sabemos entre poco y nada. Decir que esa discusión es prematura es quedarse corto. Sánchez no quiere desmentir en público a Macron, pero eso no quiere decir que le guste lo que escucha. “Un escenario de paz y de reconstrucción por supuesto que contaría con el apoyo de España. Pero es que ahora mismo ni siquiera sabemos si Rusia tiene un interés real en un alto el fuego”, han dicho fuentes de Moncloa a este medio.
Esta semana, se celebró en el Congreso un debate monográfico sobre la situación internacional. Los que pensaban que escucharían de Pedro Sánchez una explicación sobre de qué manera se llevará a cabo el aumento del gasto de defensa quedaron decepcionados. Más allá de decir que España aumentará ese gasto hasta el 2% del PIB, como se acordó en 2014 en una cumbre de la OTAN, no hubo nada. Los ciudadanos tienen derecho a saber en qué se gastará y con qué objetivos concretos. Todo esto está por definir en buena parte, aunque persiste la sospecha de que los políticos no creen que los votantes estén preparados para conocer la realidad. O temen perder sus votos.
Hay muchas más preguntas que respuestas. Como los demás países de la UE y la OTAN, España está comprometida en la defensa de las repúblicas bálticas –Lituania, Estonia y Letonia– y no puede dejarlas abandonadas a su suerte. No se puede afirmar que España les defenderá únicamente con la diplomacia. Eso no le sirvió de mucho a Ucrania frente a Rusia. ¿Hay que enviar más tropas a esos países? ¿Deben los miembros europeos de la UE formar una fuerza de despliegue rápido con base en Polonia que pueda ser capaz de desplazarse allí en 48 o 72 horas? ¿Hay sistemas de armamento en los que Europa debe gastar más dinero porque hasta ahora le valía con depender de EEUU? De todo eso se habló hace casi tres años en la cumbre de la OTAN en Madrid, pero no parece que se haya concretado mucho desde entonces.
El argumento de que la suma de los presupuestos de defensa de los estados de la UE triplica al de Rusia no es muy sólido. Como mucho, sirve para salir del paso. La fragmentación, los diferentes sistemas de armamento –los europeos emplean doce carros de combate distintos– y de munición y la diferente cultura de mando y funcionamiento, así como el déficit de recursos, hacen que no se pueda hablar de un ejército europeo. El Gobierno ruso ha obligado a sus empresas a que den prioridad al esfuerzo de guerra sin importarle el efecto en la inflación y los tipos de interés. Eso no ha ocurrido en Europa y es improbable que ocurra.
Medir la amenaza rusa es más difícil que contar soldados, tanques o aviones. La invasión de Ucrania demostró que el Ejército ruso no estaba tan preparado como pensaba Putin. Añadieron unos cuantos capítulos a los libros sobre incompetencia militar. Pero las guerras son como cursos acelerados de adiestramiento para los ejércitos. Las Fuerzas Armadas rusas no son las mismas ahora que cuando entraron en Ucrania. Su uso masivo de los drones ha tenido un efecto terrible en las fuerzas de tierra ucranianas. Esa guerra ha cambiado muchas de las ideas preconcebidas en los Estados Mayores de todo el mundo.
No conviene desdeñar el argumento contrario. Si en tres años los rusos no han podido derrotar a un país de recursos escasos como Ucrania, ¿cómo podrían hacerlo con Polonia que tendría la ayuda del resto de la UE? Por otro lado, no eran muchos en Europa los que pensaban que Putin estuviera cerca de invadir Ucrania a causa del impacto económico de esa decisión.
Para que exista en Europa un debate racional sobre los peligros del futuro, es conveniente que los ciudadanos reciban la mejor información posible. Es lo propio en una sociedad democrática. Resulta sospechoso que los gobiernos se ocupen fundamentalmente de alentar una cultura del miedo que siempre ha fortalecido las posiciones más reaccionarias. De lo que no cabe duda es que ya no sirven las soluciones del pasado en el mundo de Trump y Putin. Ellos han tomado decisiones que son hostiles para la Unión Europea, por no hablar del derecho de los ucranianos a defender su soberanía. Desconfíen de aquellos que afirman que nada ha cambiado o que los remedios necesarios no supondrán ninguna alteración en el reparto de nuestros recursos.
La grasa de Feijóo
Pedro Sánchez prometió en el Congreso que el aumento del gasto militar se hará “sin tocar un euro de gasto social y gasto ambiental”. Eso es bastante discutible a causa del enorme volumen de inversión exigido por la Comisión Europea, aunque todo dependerá al final de hasta qué punto llegue ese incremento. De momento, Sánchez sólo se ha comprometido en público a llegar al 2% del PIB (ahora no llega al 1,3%).
El Gobierno conservador de Suecia ha anunciado que en los próximos seis años alcanzará un gasto de defensa equivalente al 3,5% del PIB (actualmente está en el 2,4%). Pretende financiarlo a través de la deuda. El Gobierno laborista británico aumentará esa partida el próximo año en 2.200 millones de libras para alcanzar un porcentaje del 2,36%. Lo hará reduciendo el gasto social y la ayuda a los países subdesarrollados.
Y luego está Feijóo, cuyo nivel de honestidad se aprecia en su opinión sobre cuál es el método adecuado. En toda Europa se está hablando del equilibrio entre el gasto militar y otras partidas, pero resulta que no existe tal problema para el líder del PP, al menos en el caso de España.
Veamos cuál es su receta, según la explicó en Bruselas el 20 de marzo: “En el presupuesto español hay mucha grasa y no hay por qué afectar al músculo. Nunca ha habido un presupuesto con tanto gasto político, gasto burocrático y gasto prescindible. Por tanto, creo que en el contexto del presupuesto del año 23, hay la suficiente grasa burocrática, política y administrativa para no afectar a las políticas sociales, que es el músculo presupuestario que hemos de preservar”.
Es inaudito que alguien piense que la mayor expansión del gasto militar desde el fin de la Guerra Fría se pueda financiar recortando un poco por aquí y otro poco por allá. O reduciendo ministerios y direcciones generales de la Administración. Entre todas las formas de engañar a la gente, Feijóo siempre elige aquella que es más fácil de descubrir.
En plena Guerra Fría (1966), los norteamericanos fueron a los cines a reírse de la Guerra Fría. 'Que vienen los rusos' era una comedia satírica sobre la historia de un submarino ruso que encalla por accidente en la costa de Massachusetts y provoca el pánico en el pueblo más cercano. Inevitablemente, los militares rusos son tan torpes como los habitantes, lo que da lugar a todo tipo de situaciones absurdas. Recibió cuatro nominaciones a los Oscar, incluida la de mejor película. Pero si queremos sumergirnos en lo peor de la locura que supuso esa época, o podía haber supuesto, no hay nada mejor que ver 'Teléfono rojo, volamos hacia Moscú' (Dr. Strangelove), de Stanley Kubrick. “¡Señores, no pueden pelearse aquí! Esto es la Sala de Guerra”, dice el presidente que encarna Peter Sellers.
Cualquiera diría que hemos vuelto a esos tiempos. ¡Vuelven los rusos! Ya no son comunistas, pero continúan siendo peligrosos. Hay que estar preparados. Es necesario aumentar los gastos militares de forma exponencial. Incluso una comisaria europea nos advierte de que debemos tener a mano una navaja suiza. Ya no sólo debemos estar alerta, no sea que nos ocupen la casa cuando salimos a comprar el pan. Ahora hay que ir pertrechados ante el posible final de la civilización. El hombre es un lobo para el hombre. La mujer, menos, pero para eso está la navaja.