Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
La incertidumbre se adueña de la economía mundial tras tres meses de Trump
Diana Morant: “Ahogan a la universidad pública y dejan proliferar la privada”
OPINIÓN | 'Gaza, el fastidio y la indiferencia', por Enric González

Los liberales rescatan la autarquía

El presidente de EEUU, Donald Trump, en el acto de este miércoles en que anunció los aranceles.
3 de abril de 2025 22:17 h

14

Las autoridades de EEUU han estrenado un nuevo paradigma económico que consiste en devolvernos a las catacumbas del siglo XIX en materia de comercio internacional. La extraña mezcla entre la oligarquía extractiva, que ahora es la que sostiene al Ejecutivo de Trump, el proletariado industrial venido a menos y los agricultores subvencionados han descubierto que la mejor forma de alcanzar el éxtasis es sustituir todas las importaciones y consumir solo lo que se produce dentro de sus fronteras.  

La fórmula ideada para llevar a cabo este disparate económico es comenzar a gravar con aranceles las importaciones de prácticamente todo el mundo, salvo, sorprendentemente de Rusia o Corea del Norte. La amenaza de colonización económica por parte de los pérfidos europeos o asiáticos resulta una tomadura de pelo en una economía que sostiene un déficit comercial al 2,8%, con ingentes entradas de capital, lo que da idea de la confianza que tiene el resto del mundo en la divisa estadounidense y en su economía en general.

Estas medidas se toman en un contexto de fortaleza del empleo en EEUU, casi en pleno empleo, y con un crecimiento de alrededor del 3%. Solo la inflación ha perseverado por encima de los estándares, algo que ha ocurrido en el resto del mundo, por una serie de acontecimientos exógenos que nada tiene que ver con la magnitud del desequilibrio comercial, que ya es endémico en EEUU. 

El principal problema del sector exterior en EEUU tiene que ver con la fortaleza del dólar que responde a una situación de poder de la divisa verde como moneda refugio, por un lado,  y como moneda de intercambio en el mercado de petróleo. Así mismo, la pulsión compradora de las familias en EEUU, junto a un cambio en los gustos del consumidor,  ha generado una elevada propensión a la importación, dado que EEUU es muy ineficiente en la producción de múltiples bienes, lo que sin duda ha posibilitado la invasión de productos procedentes de Asia, pero también de la UE. La progresiva deslocalización de la industria, especialmente del automóvil o tecnológica, responde a la búsqueda de mercados con costes de materia prima y laborales más bajos, que ha disparado la desigualdad y la explotación de mano de obra en países como la India, Bangladesh o Taiwan. La posible solución a la vuelta de estas empresas a EEUU sería que trabajen los menores de 14 años, algo que se ha propuesto desde Florida. 

Este órdago a la globalización, curiosamente desde una administración republicana, conservadora y ultraliberal en lo económico, podría tener sentido ya que sus efectos colaterales, en formas de explotación, desigualdad y extracción de rentas de los países más pobres, son manifiestos, pero las soluciones propuestas son grotescas y, sobre todo, contrarias a lo que se busca. La incógnita que le faltó a Trump en el despliegue de su tablón de anuncios fue la ecuación financiera y de financiación. Gran parte de esos dólares que se dejan en otros países vuelven a EEUU en forma de inversión de capitales, lo que les permite desde hace décadas invertir una cantidad muy superior a su ahorro interno, dado que sus activos financieros son mucho más rentables que los del resto del mundo, especialmente los europeos. Ello ha llevado sistemáticamente a una apreciación del dólar, lo que ha perjudicado el desempeño comercial de las empresas de EEUU.   

Este desconocimiento tan palmario de la situación económica internacional está detrás de la fórmula estrambótica que se ha inventado para calcular el nivel de aranceles a cada parte del mundo. Por un lado, penaliza a países muy pobres como Lesoto, porque exporta muchos diamantes, o a un archipiélago francés en Terranova que inunda de marisco las mesas de las familias y restaurantes en la Sexta Avenida. Al final, ha parido una cifra a todas luces falsa, como es asegurar que el nivel de aranceles de la UE es del 39%, únicamente por el cociente entre el déficit comercial dividido por el nivel de importaciones, algo que ni los peores alumnos de cualquier grado en Economía se atreverían a escribir, lo cual da idea de la magnitud de la estulticia y falta de conocimiento de la actual Administración norteamericana. 

Los efectos de esta guerra comercial se podrán ver en pocos meses y probablemente se traducirán en más inflación y mayor desempleo en EEUU, junto con una ralentización del crecimiento hasta desembocar en una recesión técnica a lo largo de 2025. El sueño que tuvo la CEPAL en los años 80, la sustitución de importaciones, nunca verá la luz en EEUU porque a medio plazo es casi imposible que vuelvan todas las empresas que se fueron, o que empresas de otros países se instalen en un país gobernado por un ser como Trump. La incertidumbre sobre la inversión y la seguridad jurídica es clave para la  instalación de nuevas industrias. 

Lo que sí parece claro es que Trump ha asestado un golpe de muerte a la OMC, Organización Mundial del Comercio, y se ha erigido en el árbitro de todas las disputas comerciales y quien bendice la cotización de cada divisa, algo inaudito para un supuesto liberal y sus seguidores más ultras. 

En este contexto es cierto que se abren nuevas posibilidades para la UE en materia comercial, pero también financiera. No hay que olvidar que cada año salen de la UE 300.000 millones de euros hacia EEUU, lo que les permite financiar su déficit corriente y alimenta su inversión. Es momento de ofrecer una rentabilidad económica y financiera a este capital para que se quede en la UE y se invierta en sectores claves, como la educación, empleo, transporte y ciencia. Y al mismo tiempo puede surgir un debate real y riguroso sobre lo que ha supuesto la globalización, fundamentalmente financiera, particularmente en  sectores clave como la agricultura, la vivienda, o la educación. La explotación laboral, la sustracción de materias primas de países muy pobres y la falta de escrúpulos a la hora de favorecer el monopolio tecnológico de muchas de las empresas de EEUU, algo de lo que Trump no dice nada, son elementos que sí deberían ser tenidos en cuenta a la hora de corregir los desmanes de la globalización. 

En resumen, las soflamas autárquicas de EEUU no casan con las ventajas comparativas de las que ha gozado para alcanzar el nivel de vida tan alto que ha logrado en estos años. La fortaleza del dólar ha generado, por un lado, un desequilibrio comercial, pero ha permitido atraer capital en cantidades suficientes para sufragar el déficit corriente y favorecer la inversión interna. La imposición de aranceles para combatir el déficit comercial, junto a las veleidades autárquicas son sueños húmedos que los anarco liberales han sabido vender a las clases sociales que más han sufrido con la globalización. Dejarles sin vino, aceitunas, aceite español o coches alemanes nunca solventarán el problema de pobreza y falta de inversión pública que sufren los ciudadanos de EEUU desde hace décadas. Frente a esto, solo queda luchar contra la financiarización de la economía y lograr que el dólar deje de ser la moneda de referencia e intercambio en mercados tan relevantes como el crudo. 

Etiquetas
stats